Diez años atrás
A Miley le partía el corazón verlo así.
Sentía el pecho tirante, y un nudo tan grande en la garganta que casi no podía
hablar.
—Lo siento tanto…
—balbució con la voz entrecortada por la emoción.
Nick estaba inmóvil como
una estatua, los ojos enrojecidos fijos en la lluvia deslizándose en regueros
por el cristal de la ventana.
Miley extendió una mano
temblorosa y lo tocó en el brazo, apretándoselo ligeramente, pero no obtuvo
ninguna reacción.
—Jonas… —musitó. Muy
despacio, Nick se volvió hacia ella.
—Vete, Miley… Márchate…
No puedo soportar verte sufrir a ti también por mi dolor.
Un sollozo escapó de la
garganta de su amiga cuando lo abrazó con fuerza.
—No pienso dejarte.
—Cyrus… márchate.
Miley lo sintió temblar
por las emociones que lo sacudían por dentro, y apoyó la mejilla contra su
pecho.
—No, no me iré. Me
necesitas a tu lado —le dijo. Nick la abrazó también, y cerró los ojos.
—¿No ves que si dejo que
te quedes, tal vez no sea nunca capaz de dejarte ir? Eres todo lo que me queda,
Miley
.
Las lágrimas que había
tratado de contener por el bien de él rodaban ya por sus mejillas.
—Para eso es para lo que
están los amigos, para los buenos tiempos y para los malos —le dijo sonriendo
con tristeza—. Nunca te dejaré.
Nick se derrumbó,
abrazándose a ella y llorando sin consuelo.
—Quiero que vuelvan,
Miley… quiero que vuelvan mis padres… No pude decirles todo lo que quería
decirles…
—Ellos lo sabían, Nick —murmuró ella acariciándole el cabello—, sabían cuánto los querías.
***
Dos años y
medio después
Tras la muerte de sus padres en aquel accidente de tráfico, Nick pasó
una temporada desorientado. Vendió la constructora de su padre y su casa, y
comenzó a probar deportes de riesgo en busca de emociones fuertes que anularan
la desazón que lo inundaba; a viajar. En un intento de huir de los recuerdos; y
a embarcarse en causas humanistas y ecologistas, con tal de encontrar algo que
diera sentido a su vida. Miley estaba inquieta por él, pero se decía que era
algo natural… hasta que de puro milagro no se rompió la crisma escalando, casi
se ahogó en unos rápidos, y la policía de Canadá lo tuvo un fin de semana en
prisión por obstaculizar el trabajo de un
barco ballenero con otros voluntarios de Greenpeace.
Sin embargo, la gota que
colmó el vaso fue el día que Liam y ella habían quedado con él en un pub, a
su regreso de un viaje a África, y lo vieron aparecer con la pierna vendada y
un bastón. Había ido allí con un grupo de voluntarios para intentar detener la
caza ilegal de leopardos, y uno de los furtivos le había disparado.
—¿Qué es lo que intentas
demostrar? —le dijo exasperada—. ¿Ó es que quieres matarte?
Nick contrajo el rostro.
Los sermones de Miley podían ser realmente terribles.
—¿Es eso? ¿No vas a parar
hasta que te maten y tengamos que ir a Indochina o a Perú a identificar tu
cadáver? —bramó irritada—. Pues, ¿sabes qué te digo? ¡Que adelante! ¡Hazlo y
acaba con esto! —le gritó clavándole repetidamente el índice en el pecho—. Yo
ya no lo aguanto más.
Y, dejando a Nick con la
palabra en la boca, se giró sobre los talones y salió del pub.
—Me parece que está
realmente enfadada conmigo, ¿verdad? —le preguntó Nick a su amigo, contrayendo
el rostro y enarcando una ceja.
—Yo diría que sí —asintió Liam, bebiendo un trago de su cerveza.
Nick suspiró. Estar allí
juntos era como volver a los viejos tiempos, pero había algo en Liam que
había cambiado. Ya no era el tipo abierto y despreocupado de los años de
universidad. Era como si hubiese perdido algo por el camino, en la transición
al mundo de los adultos. «En fin, las cosas son así», se dijo Nick, «la gente
cambia; la vida nos cambia». ¿Quién hubiera dicho que Miley y Liam acabarían
siendo pareja? Y ya llevaban nada menos que seis meses viviendo juntos… ¿Quién
lo hubiera dicho?
—¿Tú también crees que
tengo deseos de morir?
Los ojos azules de su
amigo lo miraron pensativos un instante antes de contestar.
—Lo que creo es que te
arriesgas demasiado por cosas que no está en tu mano cambiar —le dijo con una
sonrisa.
—Claro que pueden
cambiarse —protestó Nick, tomando un par de cacahuetes de la bandejita que les
habían puesto.
—Puede, pero no puedes
salvar el planeta tú solo, ¿sabes?
—Bueno, al menos puedo
intentarlo —replicó Nick con una sonrisa socarrona.
—Eres incorregible
—respondió Liam riéndose—. No me extraña que Miley te haya dado por perdido.
Se quedaron los dos
callados un buen rato, hasta que finalmente Liam volvió a romper el silencio:
—¿Realmente te ayuda en
algo, Nick?
—¿El qué? —inquirió su
amigo mirándolo confuso.
—Esta huida sin fin.
Nick se rascó el mentón,
cubierto por la barba de unos días, otro indicador de lo poco que se preocupaba
por su apariencia, por sí mismo, desde la muerte de sus padres. Bajó la vista
pensativo a la jarra de cerveza casi vacía que tenía ante sí, rodeándola con
ambas manos. Aquello era lo mismo que él se había estado preguntando durante
los últimos meses después de haber dado tantos tumbos. ¿Se sentía menos solo o
vacío? ¿Le dolía menos el corazón que hacía dos años y medio?
—No, la verdad es que no
—admitió—. Lo cierto es… que quería volver. He pensado en irme a vivir durante
un tiempo a la casita de verano que teníamos en Boyle, hasta que encuentre algo
en el pueblo.
—¿Y no hay demasiados
recuerdos allí?.
—Puede, pero son los
mejores de mi vida. En esa casa fui muy feliz.
***
***
El día después de la partida de dardos en el
pub amaneció cálido y soleado. Miley se quedó durmiendo hasta tarde, y desayunó
leyendo el periódico tras poner de comer a Houdini; una perfecta mañana de
domingo en la que holgazanear.
La noche anterior Nick y
ella habían vuelto a casa charlando y bromeando, como si volvieran a ser dos
adolescentes sin preocupaciones, y la joven se había despertado de muy buen
humor.
Cuando bajó las escaleras Nick ya se había marchado. En aquella época empezaba la temporada de camping, y
el personal del parque tenía un horario de trabajo más irregular, pero estuvo
de regreso a la hora del almuerzo.
—Vaya, al fin se despertó
su majestad —la saludó burlón. Se acercó por detrás y le revolvió el cabello,
aprovechando las protestas de Miley para robar un pepinillo de la tabla de
cortar que tenía frente a sí.
—¡Jonas! —exclamó la
joven en tono de reproche. Se giró hacia él, y dio un ligero respingo al
encontrarlo más cerca de ella de lo que pensaba.
—¿Qué ha sido de «Nick»?
—inquirió, acortando los escasos centímetros que había entre ellos. Miley frunció los labios.
—Para mí siempre serás Jonas. Solo te llamo así cuando flirteo contigo para fastidiar a alguna
otra mujer.
—Mmm… ¿Así que anoche no
estabas intentando seducirme, sino solo flirteando conmigo?
Miley se río.
—Sigue soñando, Jonas. El que te dijera que besas bien no significa que haya caído rendida
a tus pies.
—Tal vez si te besara
otra vez… —murmuró Nick mirándola fijamente a los ojos.
—Ni hablar —lo
interrumpió ella riéndose y poniendo las manos en alto para detenerlo. De
hecho, trató de dar un paso atrás, pero su espalda chocó con la encimera de la
cocina—. Lo de los besos se suponía que solo teníamos que hacerlo en público.
—¿Y qué me dices de aquel
día en el lago, cuando nos besamos en aquella arboleda? Allí no nos veía nadie.
—Sí, pero la idea era que
la gente pensara que nos habíamos estado reconciliando, y fue idea tuya,
además.
—De acuerdo, pero eso fue
antes de que me dijeras que beso tan bien.
Miley frunció el
entrecejo contrariada.
—Ah, no… no puedes
cambiar las reglas cuando te venga en gana. Además, esto es solo ficción, no
realidad.
Nick extendió el brazo
por detrás de ella para robar otro pepinillo, y su brazo rozó el costado de Miley,
haciendo que diera un respingo.
—Aja… —murmuró con una
sonrisa maliciosa—. Con que ficción, ¿eh? Entonces… ¿por qué te pones tan
nerviosa cada vez que me acerco a ti? ¿Eso también es parte de la ficción?
A Miley aquello no le
parecía nada divertido.
—No tiene gracia, Jonas. Esto no tiene nada que ver con la apuesta, así que no juegues con
eso. Esto es serio.
—Lo sé —contestó él
bajando la vista a sus labios. En ese momento, sonó el teléfono.
Nick alzó los ojos hacia
Miley. Parecía azorada, y de hecho él mismo podía notar que su corazón
palpitaba a un ritmo algo acelerado de repente. El teléfono continuaba sonando,
insistentemente.
—El teléfono… —balbució
la joven.
—Ya lo oigo —contestó él
muy tranquilo, sin moverse un ápice. Miley esbozó una sonrisa forzada.
—Pues cuando el teléfono
suena… lo normal es contestar.
—Cierto —asintió Nick cortésmente, con otra sonrisa.
Miley lo miró de hito en
hito, esperando una reacción, y al ver que él enarcaba una ceja, como
preguntándole «¿qué?», resopló exasperada.
—Iría a contestar yo
misma, pero tengo delante cierto obstáculo que…
—¿De veras?
Sin poder aguantar más,
Miley se echó a reír, y lo empujó para apartarlo.
—¡Muévete de una vez,
pedazo de idiota, y déjame contestar el teléfono!
—¿Lo ves? No puedes
quitarme las manos de encima.
Miley todavía estaba
riéndose cuando descolgó el aparato.
—¿Dígame?
—¡Eh, hola, preciosa!
Miley se quedó muda por
un instante, pero se sobrepuso rápidamente.
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