Miley se dio cuenta al
instante del distanciamiento de Nick; y no fue solo algo físico, era casi como
si hubiera levantado un muro entre ellos. Aquello la confundió, y estuvo a
punto de echarse atrás, pero había pasado toda la tarde pensando en ello, y
había decidido que necesitaba contárselo. Quería que se enterara por ella.
Inspiró profundamente y le dijo:
—Liam vino a hablar
conmigo esta mañana.
—Ya —murmuró Nick—.
Claro, desde que llegó no habían podido tener una charla a solas.
—Es cierto, no habíamos
podido.
—Y supongo que quería
ponerse al corriente acerca de tu vida y tú le hablaste de nosotros —aventuró
cruzándose de brazos—. ¿Es así?
Miley se sonrojó.
—No exactamente.
Los celos estaban
empezando a asaltar de nuevo a Nick.
—¿Y de qué hablaron entonces?, ¿del tiempo?
Miley advirtió nerviosa
la nota de sarcasmo en su voz.
—No. Me ha dicho que
tenía… que tenía dudas sobre su compromiso con Neave.
Nick se quedó mirándola,
esforzándose por controlarse.
—Y tú le responderías que
era natural y que se le pasaría.
Miley asintió,
entrelazando las manos sobre su regazo.
—¿Y eso fue todo?
—inquirió él. Quería creer a toda costa que no había habido nada más, pero la
vocecilla paranoica en su mente le decía que no era así. Empezó a recoger los
restos de la comida—. Estupendo. Pues le mandaremos un bonito regalo, y tal vez
tú consigas hablarle de lo nuestro antes de la boda, para que al menos podamos
tomarnos de la mano en el banquete sin tener que hacerlo por debajo del mantel.
—Nick, por favor… —musitó
Miley angustiada—. Sabes que esto no es fácil para mí.
Pero él no la estaba
escuchando. El demonio de ojos verdes dentro de su cabeza le estaba gritando:
«¡Te lo dije!, ¡te lo dije!», y se sentía incapaz de volverse y mirarla a la
cara, mientras continuaba guardando las cosas en la cesta, como un autómata.
Miley no sabía qué hacer,
pero había decidido ser sincera con él a pesar de todo, así que tragó saliva, y
continuó:
—Me dijo que antes de dar
el paso necesitaba saber si nosotros… si él y yo… quería saber si podríamos darnos una segunda
oportunidad.
Nick se quedó quieto, y
se hizo un silencio sepulcral entre ellos, mientras la insistente voz seguía
martilleando en su cerebro: «¡Así que era eso! Yo te lo advertí, pero tú no
quisiste escucharme. No tienes nada que hacer, ¿es que no lo ves? Ella sigue
enamorada de él».
Miley estaba asustada. De
todas las reacciones que había imaginado que pudiera tener, la última que había
esperado era aquel silencio. Nick cerró la cesta y la tomó, poniéndose de pie y
yendo hacia el balandro. Miley lo siguió desesperada con la mirada.
—¿Jonas?
Él no contestó, y tampoco
se volvió.
—¡Jonas, por favor,
di algo! —le rogó incorporándose.
Nick se giró hacia ella
con brusquedad. Su rostro estaba tenso, y la mirada en sus ojos totalmente
apagada.
—¿Qué es lo que quieres
que diga? —le espetó.
Entonces fue Miley la que
se enfadó.
—¡Cualquier cosa, maldita sea! ¡Algo que
indique que te importo al menos un poco!
—Liam es mi amigo, no
puedo culparlo porque siga enamorado de ti —se mordió el labio inferior y se
pasó una mano por el cabello—. Mira, Miley, no sé qué esperas que haga —le
dijo—. Aceptas venir aquí conmigo, en una cita de verdad, y pasamos la tarde
como una pareja normal, y ahora me hablas de volver con Liam, ¿qué esperas
que te diga, que me alegro por vosotros? —sacudió la cabeza y le dio la
espalda.
—No recuerdo haber dicho
que fuera a volver con él —le dijo Miley en un tono quedo.
Nick se quedó callado de
nuevo.
—Lo único que he dicho
—prosiguió ella— es que me preguntó si deberíamos volver a intentarlo. Solo
quería decírtelo yo antes de que lo hiciera él.
Nick advirtió la tristeza
en su voz y sintió una punzada de culpabilidad en el pecho. Había reaccionado
de un modo desproporcionado, permitiendo que ganara aquella voz dentro de su
cabeza. Se dio cuenta de que se estaba comportando como un idiota egoísta, y de
que aquello no los ayudaba a ninguno de los dos.
—¿Y qué es lo que quieres
hacer tú? —le preguntó suavemente a Miley, aún de espaldas a ella.
La joven ahogó un
sollozo.
—Yo tan solo quisiera que
la vida no fuera tan complicada —suspiró.
—Yo también —asintió él.
La joven dio un paso
hacia él, y lo tomó por el brazo, haciéndolo girarse.
—Nick… mírame, por favor.
Él finalmente alzó los
ojos hacia los de ella, y se sintió como un canalla por la expresión desolada
que vio en ellos. Sin pensarlo, extendió la mano y le acarició la mejilla.
—Eh, vamos, Mi, no es
el fin del mundo.
La joven puso su mano
sobre la de él, manteniéndola contra su rostro.
—Yo no soportaría
perderte, Nick —murmuró—, y quiero ser honesta contigo, ¿pero cómo puedo serlo
si cada vez que lo intento te apartas de mí? Necesito que hablemos de esto, y
de lo que sentimos, porque estoy perdida, y confundida, y ya no sé hacia dónde
va nuestra relación.
Nick suspiró y la atrajo
hacia sí, abrazándola con ternura, y Miley apoyó la cabeza en su pecho,
escuchando los latidos de su corazón.
—Perdóname, Miley. Nunca
imaginé que esto pudiera ser tan difícil.
Ella sonrió, y se
quedaron así un rato, abrazados, hasta que él le preguntó:
—Entonces… ¿qué va a
pasar con Liam?
—Yo creo que debemos
dejar que pase el tiempo. Confío en que se de cuenta de cuánto lo quiere Neave,
y de hasta qué punto tiene suerte de tenerla a su lado —alzó la vista hacia
él—. Pero hasta que eso ocurra…
—No crees que debamos
contarle lo nuestro —adivinó Nick.
—No.
Él asintió con un
suspiro.
—De acuerdo. Entonces no
volveremos a hablar de ello.
Navidades, dos años atrás
—¡Aunque
sean hijos de gitanos itinerantes, tienen tanto derecho como cualquier otro
niño a la escolarización!
Los miembros del consejo
del ayuntamiento se quedaron mirando a Nick en silencio, de pie frente a ellos.
—Solo porque vivan en
caravanas en vez de en una casa como ustedes o como yo, no significa que haya
que discriminarlos.
El alcalde lo escrutó por
encima de la montura de sus gafas.
—Nadie está discriminándolos, Jonas. Sus padres no pagan impuestos, así que no podemos ponerlos en un
colegio subvencionado con los impuestos de los contribuyentes.
—El colegio apenas tiene
alumnos suficientes como para llenar dos aulas —replicó Nick—. ¿Acaso harían
tanto estropicio diez niños más? —le espetó negando con la cabeza—. Por amor de
Dios, escúchese, señor alcalde. Algunos de esos niños no tienen más de seis
años. ¿Cuánto puede costar empezar a enseñarles a leer y que dibujen y
coloreen?
Miley cerró sigilosamente
la puerta de la sala de plenos y se sentó en un banco al fondo. Había querido
sorprender a su viejo amigo con una visita por Navidades, pero, como siempre,
había sido él quien la había sorprendido, hallándolo allí en vez de en su casa
en la víspera de Nochebuena.
Una sonrisa se dibujó en
sus labios al verlo en acción por otra noble causa. Defender sus convicciones
era su manera de demostrar que algo le importaba.
—Mire, Jonas, el
hecho es que los demás padres se nos echarían encima si se enteraran de que
ellos están pagando impuestos para que sus hijos puedan ir al colegio mientras
que otros no tienen que hacerlo —le estaba diciendo el alcalde a Nick.
—Oh, claro, y la
discriminación es la mejor solución —le espetó Nick, encogiéndose de hombros
con ironía.
Celia Farrelly, una de
las concejalas, se puso en pie indignada.
—¡Eso no es justo, señor Jonas!
—Sí, esa es precisamente
la definición de «discriminación», gracias, señora Farrelly —se volvió hacia el
alcalde—. Escuche, si lo que quieren es evitar un enfrentamiento con los
vecinos, yo pagaré el porcentaje que haga falta para que esos niños tengan
libros, lápices y lo que sea. ¿Qué me dice?
El hombre pareció
considerarlo.
—Bueno, supongo que
podríamos hacer eso. Por supuesto habría que poner al corriente a la junta
escolar… y a los padres de esos niños, claro, para que puedan agradecérselo.
Nick se apresuró a negar
con la cabeza y agitar la mano en señal de negativa.
—No, no, a los padres no.
Son gente orgullosa, y lo verían como caridad. ¿Por qué no les dice simplemente
que ha decidido que no va a hacer distinciones? Además, eso contribuiría a
mejorar su imagen y la de todo el consejo del ayuntamiento, ¿no creen?
Los concejales se miraron
unos a otros.
—En fin, si él está
dispuesto a asumir los gastos… —balbució uno bajo y fornido.
—Sí, lo estoy —insistió Nick con firmeza.
El alcalde le estrechó la
mano, y se disolvió el pleno. Los concejales empezaron a recoger sus papeles, y Nick se puso la chaqueta, pasándose una mano por el cabello mientras suspiraba
cansado. ¿Cómo podía haber gente tan cerrada de mente?
—¿Todavía intentas salvar
al mundo, Jonas? —lo llamó una voz familiar.
Ryan alzó la vista, y se
encontró con una Miley sonriente. Su rostro se iluminó al instante.
—¡Cyrus!
Y en solo dos zancadas
estaba a su lado, envolviéndola en un fuerte abrazo.
—¡Diablos, cómo me alegro
de verte! —le dijo apartándose para poder mirarla mejor. Estaba realmente
preciosa—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Miley entrelazó su brazo
con el de él, llevándolo hacia la salida.
—Pues visitarte, tonto,
¿a qué otra cosa habría venido a este pueblo minúsculo?
—Eh, señoritinga
cosmopolita, mucho cuidado: este «pueblo minúsculo» es mi hogar, y le tengo
mucho cariño —la reprendió él, fingiéndose ofendido.
Miley se rió.
—Sí, eso he oído —asintió
mientras cruzaban la puerta de doble hoja del ayuntamiento—. Bueno, ¿vas a
invitar a esta vieja amiga a una copa en Riley's?
—¿Cómo no?
Y tomaron la calle que
cortaba la avenida para dirigirse a su pub favorito.
—¿Cuánto tiempo vas a
quedarte? —le preguntó Nick mientras caminaban.
—No lo sé —era agradable
volver a verlo en persona y poder hablar con él. Las ocasionales llamadas
telefónicas que se hacían nunca le habían parecido suficiente—, supongo que
hasta que mi gente y tú se hartan de mí.
—¿Tu «gente»? —repitió Nick con una sonrisa maliciosa—. Ah, la pequeña Miley se nos está volviendo una
yanqui —suspiró dramático—. Interesante acento, por cierto.
Miley frunció los labios
y le dio un golpe en el brazo.
—¿Puedes recordarme por
qué he venido a Irlanda? Creo que lo he olvidado —le dijo para picarlo.
—Has venido porque yo soy
lo único que te hace desear volver. En el fondo estás locamente enamorada de mí
y no podías pasar más tiempo sin mí —contestó él, sonriendo de nuevo.
—Jonas, no dejes que
se te infle más la cabeza o no pasarás por las puertas.
Nick le rodeó los hombros
con el brazo y la atrajo hacia sí.
—Un día te darás cuenta
de lo encantador que soy.
—¿Y cómo sabes que no me
he dado cuenta ya? —se rió ella.
—Bueno, pues… —de pronto Nick se detuvo y la miró a los ojos—, porque entonces te quedarías aquí en vez
de volver a dejarnos y marcharte a la otra punta del mundo.
Su amiga lo miró
enternecida.
—Ahora estoy aquí, ¿no?
Eso es lo que cuenta, el momento presente —le dijo alzando la barbilla.
Nick siguió mirándola un
buen rato, estudiando sus ojos verdes. Había en ella algo diferente, algo
nuevo, pero no acertaba a averiguar qué era.
—Es estupendo tenerte aquí, Cyrus.
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