martes, 19 de junio de 2012

Amigos y Amantes; Cap 16.

Miley se dio cuenta al instante del distanciamiento de Nick; y no fue solo algo físico, era casi como si hubiera levantado un muro entre ellos. Aquello la confundió, y estuvo a punto de echarse atrás, pero había pasado toda la tarde pensando en ello, y había decidido que necesitaba contárselo. Quería que se enterara por ella. Inspiró profundamente y le dijo:

—Liam vino a hablar conmigo esta mañana.
—Ya —murmuró Nick—. Claro, desde que llegó no habían podido tener una charla a solas.
—Es cierto, no habíamos podido.
—Y supongo que quería ponerse al corriente acerca de tu vida y tú le hablaste de nosotros —aventuró cruzándose de brazos—. ¿Es así?

Miley se sonrojó.

—No exactamente.

Los celos estaban empezando a asaltar de nuevo a Nick.

—¿Y de qué hablaron entonces?, ¿del tiempo?

Miley advirtió nerviosa la nota de sarcasmo en su voz.

—No. Me ha dicho que tenía… que tenía dudas sobre su compromiso con Neave.

Nick se quedó mirándola, esforzándose por controlarse.

—Y tú le responderías que era natural y que se le pasaría.

Miley asintió, entrelazando las manos sobre su regazo.

—¿Y eso fue todo? —inquirió él. Quería creer a toda costa que no había habido nada más, pero la vocecilla paranoica en su mente le decía que no era así. Empezó a recoger los restos de la comida—. Estupendo. Pues le mandaremos un bonito regalo, y tal vez tú consigas hablarle de lo nuestro antes de la boda, para que al menos podamos tomarnos de la mano en el banquete sin tener que hacerlo por debajo del mantel.
—Nick, por favor… —musitó Miley angustiada—. Sabes que esto no es fácil para mí.

Pero él no la estaba escuchando. El demonio de ojos verdes dentro de su cabeza le estaba gritando: «¡Te lo dije!, ¡te lo dije!», y se sentía incapaz de volverse y mirarla a la cara, mientras continuaba guardando las cosas en la cesta, como un autómata.
Miley no sabía qué hacer, pero había decidido ser sincera con él a pesar de todo, así que tragó saliva, y continuó:

—Me dijo que antes de dar el paso necesitaba saber si nosotros… si él y yo… quería saber si podríamos darnos una segunda oportunidad.

Nick se quedó quieto, y se hizo un silencio sepulcral entre ellos, mientras la insistente voz seguía martilleando en su cerebro: «¡Así que era eso! Yo te lo advertí, pero tú no quisiste escucharme. No tienes nada que hacer, ¿es que no lo ves? Ella sigue enamorada de él».
Miley estaba asustada. De todas las reacciones que había imaginado que pudiera tener, la última que había esperado era aquel silencio. Nick cerró la cesta y la tomó, poniéndose de pie y yendo hacia el balandro. Miley lo siguió desesperada con la mirada.

—¿Jonas?

Él no contestó, y tampoco se volvió.

—¡Jonas, por favor, di algo! —le rogó incorporándose.

Nick se giró hacia ella con brusquedad. Su rostro estaba tenso, y la mirada en sus ojos totalmente apagada.

—¿Qué es lo que quieres que diga? —le espetó.

Entonces fue Miley la que se enfadó.

—¡Cualquier cosa, maldita sea! ¡Algo que indique que te importo al menos un poco!
—Liam es mi amigo, no puedo culparlo porque siga enamorado de ti —se mordió el labio inferior y se pasó una mano por el cabello—. Mira, Miley, no sé qué esperas que haga —le dijo—. Aceptas venir aquí conmigo, en una cita de verdad, y pasamos la tarde como una pareja normal, y ahora me hablas de volver con Liam, ¿qué esperas que te diga, que me alegro por vosotros? —sacudió la cabeza y le dio la espalda.
—No recuerdo haber dicho que fuera a volver con él —le dijo Miley en un tono quedo.

Nick se quedó callado de nuevo.

—Lo único que he dicho —prosiguió ella— es que me preguntó si deberíamos volver a intentarlo. Solo quería decírtelo yo antes de que lo hiciera él.

Nick advirtió la tristeza en su voz y sintió una punzada de culpabilidad en el pecho. Había reaccionado de un modo desproporcionado, permitiendo que ganara aquella voz dentro de su cabeza. Se dio cuenta de que se estaba comportando como un idiota egoísta, y de que aquello no los ayudaba a ninguno de los dos.

—¿Y qué es lo que quieres hacer tú? —le preguntó suavemente a Miley, aún de espaldas a ella.

La joven ahogó un sollozo.

—Yo tan solo quisiera que la vida no fuera tan complicada —suspiró.
—Yo también —asintió él.

La joven dio un paso hacia él, y lo tomó por el brazo, haciéndolo girarse.

—Nick… mírame, por favor.

Él finalmente alzó los ojos hacia los de ella, y se sintió como un canalla por la expresión desolada que vio en ellos. Sin pensarlo, extendió la mano y le acarició la mejilla.

—Eh, vamos, Mi, no es el fin del mundo.

La joven puso su mano sobre la de él, manteniéndola contra su rostro.

—Yo no soportaría perderte, Nick —murmuró—, y quiero ser honesta contigo, ¿pero cómo puedo serlo si cada vez que lo intento te apartas de mí? Necesito que hablemos de esto, y de lo que sentimos, porque estoy perdida, y confundida, y ya no sé hacia dónde va nuestra relación.

Nick suspiró y la atrajo hacia sí, abrazándola con ternura, y Miley apoyó la cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón.

—Perdóname, Miley. Nunca imaginé que esto pudiera ser tan difícil.

Ella sonrió, y se quedaron así un rato, abrazados, hasta que él le preguntó:

—Entonces… ¿qué va a pasar con Liam?
—Yo creo que debemos dejar que pase el tiempo. Confío en que se de cuenta de cuánto lo quiere Neave, y de hasta qué punto tiene suerte de tenerla a su lado —alzó la vista hacia él—. Pero hasta que eso ocurra…
—No crees que debamos contarle lo nuestro —adivinó Nick.
—No.

Él asintió con un suspiro.

—De acuerdo. Entonces no volveremos a hablar de ello.

Navidades, dos años atrás

—¡Aunque sean hijos de gitanos itinerantes, tienen tanto derecho como cualquier otro niño a la escolarización!

Los miembros del consejo del ayuntamiento se quedaron mirando a Nick en silencio, de pie frente a ellos.
—Solo porque vivan en caravanas en vez de en una casa como ustedes o como yo, no significa que haya que discriminarlos.

El alcalde lo escrutó por encima de la montura de sus gafas.

—Nadie está discriminándolos, Jonas. Sus padres no pagan impuestos, así que no podemos ponerlos en un colegio subvencionado con los impuestos de los contribuyentes.
—El colegio apenas tiene alumnos suficientes como para llenar dos aulas —replicó Nick—. ¿Acaso harían tanto estropicio diez niños más? —le espetó negando con la cabeza—. Por amor de Dios, escúchese, señor alcalde. Algunos de esos niños no tienen más de seis años. ¿Cuánto puede costar empezar a enseñarles a leer y que dibujen y coloreen?

Miley cerró sigilosamente la puerta de la sala de plenos y se sentó en un banco al fondo. Había querido sorprender a su viejo amigo con una visita por Navidades, pero, como siempre, había sido él quien la había sorprendido, hallándolo allí en vez de en su casa en la víspera de Nochebuena.
Una sonrisa se dibujó en sus labios al verlo en acción por otra noble causa. Defender sus convicciones era su manera de demostrar que algo le importaba.

—Mire, Jonas, el hecho es que los demás padres se nos echarían encima si se enteraran de que ellos están pagando impuestos para que sus hijos puedan ir al colegio mientras que otros no tienen que hacerlo —le estaba diciendo el alcalde a Nick.
—Oh, claro, y la discriminación es la mejor solución —le espetó Nick, encogiéndose de hombros con ironía.

Celia Farrelly, una de las concejalas, se puso en pie indignada.

—¡Eso no es justo, señor Jonas!
—Sí, esa es precisamente la definición de «discriminación», gracias, señora Farrelly —se volvió hacia el alcalde—. Escuche, si lo que quieren es evitar un enfrentamiento con los vecinos, yo pagaré el porcentaje que haga falta para que esos niños tengan libros, lápices y lo que sea. ¿Qué me dice?

El hombre pareció considerarlo.

—Bueno, supongo que podríamos hacer eso. Por supuesto habría que poner al corriente a la junta escolar… y a los padres de esos niños, claro, para que puedan agradecérselo.

Nick se apresuró a negar con la cabeza y agitar la mano en señal de negativa.

—No, no, a los padres no. Son gente orgullosa, y lo verían como caridad. ¿Por qué no les dice simplemente que ha decidido que no va a hacer distinciones? Además, eso contribuiría a mejorar su imagen y la de todo el consejo del ayuntamiento, ¿no creen?

Los concejales se miraron unos a otros.

—En fin, si él está dispuesto a asumir los gastos… —balbució uno bajo y fornido.
—Sí, lo estoy —insistió Nick con firmeza.

El alcalde le estrechó la mano, y se disolvió el pleno. Los concejales empezaron a recoger sus papeles, y Nick se puso la chaqueta, pasándose una mano por el cabello mientras suspiraba cansado. ¿Cómo podía haber gente tan cerrada de mente?

—¿Todavía intentas salvar al mundo, Jonas? —lo llamó una voz familiar.

Ryan alzó la vista, y se encontró con una Miley sonriente. Su rostro se iluminó al instante.

—¡Cyrus!

Y en solo dos zancadas estaba a su lado, envolviéndola en un fuerte abrazo.

—¡Diablos, cómo me alegro de verte! —le dijo apartándose para poder mirarla mejor. Estaba realmente preciosa—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Miley entrelazó su brazo con el de él, llevándolo hacia la salida.

—Pues visitarte, tonto, ¿a qué otra cosa habría venido a este pueblo minúsculo?
—Eh, señoritinga cosmopolita, mucho cuidado: este «pueblo minúsculo» es mi hogar, y le tengo mucho cariño —la reprendió él, fingiéndose ofendido.

Miley se rió.

—Sí, eso he oído —asintió mientras cruzaban la puerta de doble hoja del ayuntamiento—. Bueno, ¿vas a invitar a esta vieja amiga a una copa en Riley's?
—¿Cómo no?

Y tomaron la calle que cortaba la avenida para dirigirse a su pub favorito.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte? —le preguntó Nick mientras caminaban.
—No lo sé —era agradable volver a verlo en persona y poder hablar con él. Las ocasionales llamadas telefónicas que se hacían nunca le habían parecido suficiente—, supongo que hasta que mi gente y tú se hartan de mí.
—¿Tu «gente»? —repitió Nick con una sonrisa maliciosa—. Ah, la pequeña Miley se nos está volviendo una yanqui —suspiró dramático—. Interesante acento, por cierto.

Miley frunció los labios y le dio un golpe en el brazo.

—¿Puedes recordarme por qué he venido a Irlanda? Creo que lo he olvidado —le dijo para picarlo.
—Has venido porque yo soy lo único que te hace desear volver. En el fondo estás locamente enamorada de mí y no podías pasar más tiempo sin mí —contestó él, sonriendo de nuevo.
—Jonas, no dejes que se te infle más la cabeza o no pasarás por las puertas.

Nick le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia sí.

—Un día te darás cuenta de lo encantador que soy.
—¿Y cómo sabes que no me he dado cuenta ya? —se rió ella.
—Bueno, pues… —de pronto Nick se detuvo y la miró a los ojos—, porque entonces te quedarías aquí en vez de volver a dejarnos y marcharte a la otra punta del mundo.

Su amiga lo miró enternecida.

—Ahora estoy aquí, ¿no? Eso es lo que cuenta, el momento presente —le dijo alzando la barbilla.

Nick siguió mirándola un buen rato, estudiando sus ojos verdes. Había en ella algo diferente, algo nuevo, pero no acertaba a averiguar qué era.

—Es estupendo tenerte aquí, Cyrus.

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