miércoles, 18 de julio de 2012

The DUFF ; Cap 19.

Unos minutos más tarde, me encontraba en la recepción donde la secretaria, que parecía un manojo de nervios, me sonrió con alivio.  


¿La señora Romalí te envió? Por aquí, por aquí. La mesa está aquí. —me llevó alrededor de la esquina e hizo un gesto a hacia una mesa cuadrada plegada con una superficie verde vomitiva— Ahí está. ¡Que te diviertas!
—No es probable.


La mesa estaba cubierta -quiero decir cubierta- con ramos de flores, jarrones, cajas en forma de corazón, y tarjetas de Hallmark. Por lo menos cincuenta paquetes de rojo y rosa esperaban ser entregados, y tendría el privilegio de ser la portadora de tremenda alegría.
Debatía por dónde empezar cuando escuché unos pasos detrás de mí. Asumiendo que la secretaria había vuelto, le pregunté sin darme la vuelta, 


—¿Tiene una lista de las clases donde están estos chicos para saber a dónde llevar los regalos?
—Sí, la tengo.


Eso no sonó como la secretaria.


Me di la vuelta, sorprendida por la voz que había respondido. Era una que conocía muy bien, a pesar de que nunca, ni una sola vez, me había hablado directamente.
Douglas Booth sonrió. 


— Hola.
—Oh. Pensé que eras otra persona.
—No tuve intención de asustarte — dijo— Así que te tocó esto también, ¿eh?
—Um, sí. —sentí un gran alivio al descubrir que mis cuerdas vocales no estaban en un estado de parálisis.


Como siempre, Douglas llevaba una chaqueta un-poco-muy-formal-para-la-escuela, y su cabello rubio caía alrededor de su rostro en ese corte de tazón pasado de moda.
Adorable. Único. Inteligente. Era la encarnación de todas las cosas que quería en un hombre. Si creyera en cosas estúpidas como el destino, podría haber pensado que era el destino que estuviéramos trabajando juntos el Día de San Valentín.


—Aquí están las listas de las clases —dijo dándome una carpeta verde— Probablemente deberíamos empezar, esto podría llevar un buen tiempo —sus ojos recorrieron la mesa de regalos desde detrás de sus gafas ovaladas.— No creo que jamás haya visto tanto rosa en un lugar.
—Yo sí. En el dormitorio de mi mejor amiga.


Douglas se rió entre dientes y tomó un ramo de rosas blancas y rosas. Miró la etiqueta y dijo:


—La forma más rápida de hacer esto podría ser separar estos en montones por la clase en la que cada estudiante esté. Hará la entrega mucho más eficiente.
—De acuerdo. dije— Organizarlos por clase. Muy bien.


Era muy consciente de lo estúpida que sonaba con mis pocas elocuentes respuestas, pero no había mucho que pudiera hacer al respecto. Quiero decir, sólo porque mi voz efectivamente trabajaba no necesariamente significaba que pudiera usarla bien en su presencia. Había estado flechada por Douglas durante tres años, no decir que me ponía nerviosa sería una subestimación masiva.


Por suerte para mí, Douglas no parecía darse cuenta. Mientras ordenábamos los diferentes ramos en grupos, incluso me ofreció una amable pequeña charla. Poco a poco, me encontré aliviada en una semi-confortable charla con Douglas Booth. ¡Un milagro de San Valentín!


Bueno, milagro era una palabra demasiado fuerte, un milagro habría sido él agarrándome en sus brazos y tendiéndose sobre mi allí mismo. Así que tal vez era más como un beneficio del Día de San Valentín. De cualquier manera, mi diálogo torpe e idiota empezó a disminuir. Gracias a Dios.


—Vaya, hay mucho para Nicole Anderson —dijo colocando una caja de caramelos en la parte superior de una pila en constante crecimiento— ¿Tiene seis novios?
—Sólo sé de tres, —le dije— Pero no me cuenta todo.


Douglas negó con la cabeza 


—Por Dios. —cogió una tarjeta y comenzó a mirarla— Entonces, ¿qué hay de ti? ¿Algún plan para el Día de San Valentín?
—No.


Puso la tarjeta en uno de los montones. 


—¿Ni siquiera una cita con tu novio?
—Para ello sería necesario que tuviera un novio —le dije— Lo que no es así —No queriendo que empezara a sentir lástima por mí, agregué:— Pero incluso si lo tuviera, no estaría haciendo nada especial. El Día de San Valentín es una estúpida y patética excusa para un día de fiesta.
—¿Realmente piensas eso? —me preguntó.
—Por supuesto. Quiero decir, hay una razón para que sus siglas sean DV. Apuesto a que más personas contraen sífilis en el Día de San Valentín que en cualquier otro día del año. Que buena razón de celebración —nos reímos juntos, y por un momento lo vi normal.
—¿Y tú? —le pregunté— ¿Tienes planes con tu novia? 
—Bueno, teníamos... —dijo, y suspiró— Pero rompimos el sábado, así que esos planes están ahora muertos.
—Oh. Lo siento.


Pero no lo hacía. En el interior, me sentí como extasiada y llena de alegría. Dios, era una maldita.


—Yo también —hubo una pausa momentánea al borde de ser incómoda, y entonces dijo:— Creo que tenemos todos estos ordenados. ¿Estás lista para empezar a entregar?
—Estoy lista, pero no muy dispuesta. —señalé un gran jarrón con una variedad de flores.
—Mira esto. Apostaría dinero a que alguna chica se lo envió a sí misma para quedar bien delante de sus amigos. Qué triste es eso.
—¿Me estás diciendo que no lo harías? —preguntó Douglas con una pequeña sonrisa que se extendió por su cara de niño.
—Nunca —le dije rotundamente— ¿A quién le importa lo que los otros piensen de mí? ¿Y qué si no tengo un regalo en el Día de San Valentín? Es sólo vanidad. ¿A quién tengo que impresionar?
—No lo sé. Creo que el Día de San Valentín es más sobre sentirse especial —dijo arrancando una flor del gran jarrón— Creo que cada chica merece sentirse especial de vez en cuando. Incluso tú, Miley —llegó y me puso la flor detrás de la oreja.




Traté de convencerme de que esto era completamente cursi y ridículo. Que si cualquier otro chico -Nick, por ejemplo- hubiera probado una línea como esa, podría haberlo abofeteado o simplemente reído en su cara. Pero sentí que mi rostro se ponía rosa mientras sus dedos rozaban mi mejilla. Después de todo, este no era ningún otro chico.
Era Douglas Booth. El perfecto, increíble, soñado Booth Douglas.
Tal vez el Día de San Valentín podía ser Duff, fácil después de todo.

—Vamos —dijo— Agarra ese montón y vamos a repartirlo.
—Uh... está bien.


Podríamos haber terminado con las entregas a final del primer bloque, pero la secretaria cada vez traía más y más paquetes a la mesita de color de vómito. Llegó a ser muy claro para Douglas y para mí que íbamos a estar trabajando al menos hasta el almuerzo.
No era que me importara pasar la mañana con Douglas Booth.


—No quiero traer mala suerte —dijo mientras regresábamos a la mesa, sólo cinco minutos antes de la campana del almuerzo— Pero creo que en realidad podríamos haber terminado.


Llegamos a la mesa vacía e intercambiamos sonrisas, aunque la mía era a medias. 


—Eso es todo —le dije— Ese fue el último.
—Sí —Douglas se inclinó sobre la mesa— Ya sabes, me alegro de que te hayan obligado a ayudar. Me hubiera aburrido si lo hubiera hecho solo. Fue divertido hablar contigo .
—Me divertí mucho también —dije tratando de no sonar demasiado entusiasta.
—Escucha —dijo— No deberías sentarte en el fondo de la sala en la clase de gobierno AP. ¿Por qué no te mueves a uno de los escritorios detrás de Jordan y de mí? No hay razón para que estés sola allí atrás. Creo que deberías unirte a nosotros los nerds en el frente de la sala.
—Puede ser —y, obviamente sabía que lo haría. ¿Cómo podría rechazar la solicitud de Douglas Booth?
—¿Miley Cyrus? —la secretaria rodeó la esquina y se acercó a nosotros. No había flores o cajas de dulces en sus manos esta vez— Miley, hay alguien aquí para llevarte.
—Oh —dije— Um, de acuerdo. —extraño. Tenía coche. No había razón para que me llevaran.
—Hasta luego, Miley. —dijo Douglas mientras yo seguía a la secretaria a la recepción.
—Feliz Día de San Valentín.

Lo saludé justo antes de doblar la esquina, tratando de recordar si no tenía una cita médica el mismo día o algo. ¿Por qué me estaban sacando de la escuela? Sin embargo, antes de que mi mente pudiera inventar tragedias familiares, la respuesta me golpeó como una tonelada de ladrillos, y me detuvo en seco.

Oh. Por Dios.

Se puso de pie en el mostrador, pareciendo como si acabara de salir de algún estudio de Hollywood. Su pelo rubio, iluminado por el sol, caía sobre sus hombros en suaves y perfectas ondas. Llevaba un vestido verde azulado hasta la rodilla, sin medias, por supuesto, y zapatos de tacón alto. Oscuras gafas de sol cubrían sus ojos, los cuales yo sabía que eran azules.


Se levantó las gafas de sol mientras se volvía hacia mí.


—Hola, Miley. —dijo la hermosa mujer.
—Hola, mamá.

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